martes, 25 de julio de 2017

La antorcha federal

(Esta es la versión más extensa y detallada del artículo publicado en el diario El País el día del 25º aniversario de los Juegos Olímpicos de Barcelona. Aprovecho para:
1. Desear feliz cumpleaños al Coby y a todos quienes hicieron posibles los Juegos, y especialmente a Pasqual Maragall.
2. Disculparme ante su majestad el Rey porque esta noche no asistiré a la recepción en el palacete Albéniz donde han sido invitados los ex-concejales; es que a) soy muy tímido y me aburro en las recepciones; b) no me acordé de llevar el único traje de verano que tengo a la tintorería; y c) prefiero intentar convencer a mi hija de ir a la Pl. Catalunya a celebrar con la gente normal la fiesta del aniversario)
Uno de los legados que queda de los Juegos Olímpicos de Barcelona de hace 25 años es su profundo espíritu federalista. Del 25 de julio al 11 de agosto de 1992 se practicó con toda normalidad en España el multi-lingüismo y la multi-capitalidad, dos de los rasgos deseables de un modelo federal. La voz de Constantino Romero nos acostumbró a que el catalán y el castellano podían estar al mismo nivel, junto al inglés y el francés. Barcelona compartió protagonismo con Sevilla y Madrid en los llamados fastos del 92, pero también descentralizó las sedes olímpicas por todo el territorio catalán y más allá, con pruebas en otras Comunidades Autónomas. El entonces alcalde Pasqual Maragall pronunció sus palabras inaugurales en catalán (y en castellano, inglés y francés) en nombre del presidente de la Generalitat y del presidente del gobierno español, en un emocionante discurso de carácter pacifista e internacionalista. Maragall dijo que Barcelona representaba a Cataluña, a toda España, a nuestros hermanos iberoamericanos, y a Europa, “nuestra nueva gran patria”.
La televisión pública catalana y la española cooperaron en la puesta en funcionamiento de una iniciativa única a la vez que obvia como fue el Canal Olímpico que dirigió Martí Perarnau. Se practicó como nunca la colaboración entre administraciones, el gobierno compartido y la democracia participativa, con decenas de miles de voluntarias y voluntarios que rubricaban el inmenso apoyo popular del que gozaron los Juegos (apenas empañado por una ultra-minoritaria oposición de grupos independentistas). El gobierno municipal, formado por el PSC y la  ICV de Eulàlia Vintró,  tuvo el apoyo del resto de grupos municipales, incluida la actitud siempre constructiva de los concejales del PP de aquella época. La coordinación entre gobiernos de distintos niveles e instituciones del mundo del deporte y del sector privado rayó en la perfección. No se produjo ni un solo caso de corrupción. El Holding Olímpico vehiculó las inversiones cruciales del gobierno español de la mano de Santiago Roldán, un economista que conocía muy bien la realidad catalana y que había estado trabajando en la Universidad Autónoma de Barcelona. Estas inversiones se pusieron al servicio de un proyecto de transformación urbana que iba más allá de los Juegos y que cohesionó la ciudad e impulsó su economía, a la vez que la integraba mejor en espacios más amplios. Cataluña celebró la victoria de los atletas españoles fueran o no catalanes, y toda España vivió como propio el éxito organizativo de los Juegos. España con Cataluña se abría al mundo y recibía a los principales gobernantes del Planeta y a miles de visitantes. Nunca desde entonces se ha proyectado desde Cataluña una solidez institucional parecida con vocación de servir al interés público.
En tiempos normales los Juegos Olímpicos son una manera muy ineficiente de alcanzar objetivos sociales y económicos, como explica Andrew Zimbalist en su libro “Circus Maximus”. Si fueron necesarios en 1992 es porque hasta ese momento los tiempos para Barcelona no habían sido normales. Lo que se imponía era aplicar a la normalidad los principios que hicieron de los Juegos un éxito. Es decir, se imponía que el gobierno compartido, la multi-capitalidad y el multi-lingüismo, por ejemplo, no tuvieran que esperar a un gran acontecimiento. La lección a extraer de los Juegos Olímpicos no es que los grandes eventos deportivos sean una panacea para resolver problemas económicos y urbanísticos. No lo son. La lección a extraer es que nuestros problemas colectivos se resuelven mejor con una democracia multinivel eficaz que respete la diversidad y la vea como una riqueza.
Sin embargo, la evolución federal se frenó tras las Olimpiadas. El multi-lingüismo en España ha degenerado en idiomas relegados a territorios donde el uso de lenguas distintas del castellano se utiliza por unos y otros como arma política antes que como una riqueza cultural común como en Canadá, Suiza o Bélgica. La multi-capitalidad dio sólo un pequeño pasito con la instalación de la desaparecida CMT en Barcelona, a pesar de ser una realidad cotidiana para los miles de personas que circulan en AVE entre nuestras dos grandes ciudades. Quizás los federalistas catalanes deberíamos hacer autocrítica y preguntarnos por qué el federalismo perdió el prestigio y el aura de estabilidad y seguridad que ofreció con la organización impecable de los Juegos. Quizás entre la “no victoria” de Pasqual Maragall en las elecciones autonómicas de 1999 y la victoria por mayoría absoluta del PP en 2000 se perdió la oportunidad de normalizar el federalismo, y se abrieron las puertas a la influencia de fuerzas nacionalistas que han visto que con la subasta identitaria ganan votos, tanto en Cataluña con el auge de ERC y el independentismo, como en el conjunto de España con la irrupción de los instintos más centralistas de Aznar y Mayor Oreja.
Lo ocurrido desde entonces ha impedido profundizar en la evolución federal, aunque el estado autonómico y la pujanza de nuestras grandes ciudades siguen siendo una buena plataforma de despegue, a la vez que proporcionan experiencias de las que extraer aprendizajes. La reforma federal en España y Europa está más que trazada por numerosos expertos, pero no sólo es una fórmula, sino que debería ser también un abrazo cargado de emotividad, como el de 1992. No es algo de lo que no debamos hablar porque debamos priorizar el “eje social”. Es un pre-requisito para resolver los problemas colectivos, en un mundo que se enfrenta a retos globales colosales. El federalismo es la piedra angular del eje social del siglo XXI. Es ya el modelo de gobierno de la mayoría de personas que viven en democracia en el mundo y que quieren seguir haciéndolo.
A veces parece que la generación política que no supo darle continuidad a ese federalismo arroje la toalla. Algunos de sus miembros dicen que es “demasiado tarde”. Quizás sí es demasiado tarde para que lo protagonicen o lideren ellos. Parece que piensen, en un exceso de auto-estima, que si no lo consiguieron ellos, no lo conseguirá nadie. Para lo que es demasiado tarde es para el estado-nación tradicional, para el centralismo y para el repliegue identitario. Otras generaciones  recogerán el relevo de la antorcha federal, las mismas que se oponen al nacional-populismo en las grandes metrópolis de Europa y América.  Ahora celebramos el 25 aniversario de los Juegos. Pero 25 años no son nada en la construcción de un buen modelo federal. Estados Unidos todavía anda en ello y Europa acaba de empezar como quien dice. Cuando las nuevas generaciones celebren el 50 aniversario del 92 (ojalá estemos para vivirlo) habremos avanzado más o menos, pero el mundo no habrá dejado de cambiar. La alternativa al federalismo en España y en nuestra nueva patria europea es la parálisis (disfrazada en algunos casos de rupturismo). Y en los tiempos cambiantes que vivimos, no avanzar implica retroceder. No nos quedemos atrás.

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