domingo, 29 de marzo de 2015

Gobierno mundial sí. Pero… ¿de los expertos?

El reciente libro de Josep M. Colomer "El gobierno mundial de los expertos" explica que el gobierno mundial ya está aquí en muchos sentidos, y que en muchos aspectos funciona bien. Ya sea en organismos de carácter técnico, como los que regulan la medición del tiempo o les estándares en telecomunicaciones, o en organismos de carácter financiero como el Banco Mundial o el Fondo Monetario Internacional, o incluso instituciones de carácter político como las Naciones Unidas o el G-20, existen instituciones globales con reglas de decisión no siempre sencillas, que gestionan con más aciertos que errores los grandes bienes colectivos globales. Josep M. Colomer describe muy bien cómo el estado nación agoniza, aunque es cuando más gesticula. Lo peor precisamente de los actuales movimientos nacional-populistas de diferente signo es su incapacidad de superar el marco nacional, incluso su voluntad de recuperarlo. El trabajo también está bien en el sentido de plantear que la democracia evoluciona con el cambio de escala, y que lo que era válido en la democracia ateniense ya no puede serlo en el mundo globalizado de hoy. El título del libro y buena parte de sus contenidos, sin embargo, exageran las virtudes del gobierno de los "expertos", ignorando por completo las cuestiones distributivas (uno de los grandes problemas de nuestro tiempo) para las que los expertos no son suficientes. Colomer también deja de lado una amplia literatura que pone de manifiesto las limitaciones de los expertos, a escala nacional o internacional, ya sean problemas con los expertos suponiéndoles racionalidad (David Martimort: captura y necesidad de incentivar a grupos que se benefician de asimetrías de información) o sesgos de racionalidad propios de los expertos (es la controversia Slovic vs Sunstein, reflejada en los trabajos de Kahneman), que por ejemplo les impiden destacar cuando hacen predicciones, como aprendimos de Phillip Tetlock. Debido a estos problemas no sólo hay jueces, sino también jurados populares, y los sistemas más inteligentes no son necesariamente los que colocan a las personas más inteligentes a cargo de las soluciones, sino aquellos que hacen un mejor uso de la inteligencia distribuida entre miles o millones de personas. En Macro la última crisis financiera global muestra las limitaciones de los expertos. En Micro el fracaso de grandes proyectos de planificación muestran los problemas de no prever acertadamente los costes para las personas en un sentido genérico, como ocurrió con la reforma del Transantiago en Chile. El propio Colomer en el libro acaba explicando, en un apéndice y de forma desconectada del resto del trabajo, que una cámara parlamentaria mundial no sería nada descabellado y es totalmente factible, y podrían rendirle cuentas muchas de las agencias nombradas más arriba, y otras. Es necesario conseguir la mejor combinación posible entre el input de los expertos (yo prefiero que del cáncer se encarguen los médicos y no los lunáticos) y la democracia actuando siempre en un ámbito geográfico lo más ajustado a la magnitud de los problemas (los artículos "institucionales" de los ultimos años de Jean Tirole sobre el euro y el cambio climático van en esta dirección).

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