domingo, 3 de noviembre de 2013

La antorcha federal

Según encuesta publicada hoy por el diario El Pais, los federalistas somos mayoría en Cataluña. Y eso a pesar de que las televisiones "públicas" y otros medios ruidosos ametrallan todo el día con nacionalismos varios. Cuando se pregunta por el federalismo respecto al status quo, un 51% prefiere el federalismo, más de los que prefieren la independencia cuando se pregunta por la independencia versus el status quo. Somos mayoría, pero como dice Manuel Cruz, no tenemos prisa por decidir. No tenemos prisa entre otras razones porque sabemos que nuestro combate (por la concordia, por Europa, contra los nacionalismos) es de largo alcance. A lo largo de la historia, el federalismo ha avanzado y ha retrocedido, y depende de todos nosotros que en el futuro los avances superen a los retrocesos. Voy a intentar ilustrarlo con los ejemplos de Barcelona-Cataluña-España, Canadá y la Unión Europea.
En Barcelona’92, el catalán se utilizó como uno de los cuatro idiomas oficiales en los Juegos Olímpicos. Recibimos una gran ayuda del resto de España. Santiago Roldán (que había sido profesor en la UAB y tuvo un hijo catalán) dejó su salud en Barcelona como responsable de las inversiones del Estado. Cataluña recuperó su autonomía en 1980 tras cuarenta años de dictadura militar centralista. Hoy se habla en catalán en las escuelas, la policía es competencia autonómica y la Generalitat tiene un presupuesto mayor que el de muchos países independientes. A lo largo de estos años, los catalanes hemos deaprovechado nuestra amplia autonomía en algunos aspectos: hemos sido incapaces de hacer una televisión pública ejemplar, incapaces de crear una nueva administración eficiente sin los defectos de la antigua, incapaces de redactar una ley electoral para la que teníamos competencias. Mientras tanto, es cierto que muchas instituciones del Estado siguen funcionando como si en España hubiera sólo una lengua y una identidad nacional homogénea, y como si todo tuviera que pasar por su capital.
Quebec hizo un referéndum sobre su independencia en 1980, otro en 1995, después aprobó la ley de claridad, y todavía hoy es noticia porque su Parlamento sigue proclamando su derecho a decidir el alcance de la soberanía en solitario.
La Comunidad Europea se fundó hace décadas. España se incorporó a ella en 1986, después se han incorporado muchos otros países, y todavía Europa hoy se ve amenazada por la desunión, el populismo y el nacionalismo.
¿Con qué criterio se puede decir que es demasiado tarde para el federalismo? ¿Dónde está escrito que los objetivos de un mundo fraternal, solidario y en paz, se fueran a alcanzar en unas pocas décadas, de forma rápida y sin pasos atrás? La vida es dura, hay que seguir luchando por lo que se cree justo, no hacer concesiones a quienes creen que el mundo se divide entre los de aquí y los de allá.
La República Federal de Pi i Margall del siglo XIX fue efímera, pero hoy los líderes políticos de la izquierda española, los medios de comunicación progresistas, o medios de comunicación globales como el Financial Times, apoyan una solución federal para España. Aunque puede argumentarse que estamos más cerca de nuestros objetivos que nunca, incluso que algunos ya los hemos alcanzado, todavía se nos escapan muchas metas y nos enfrentamos a adversarios formidables.
Podemos elegir poner siempre el énfasis en quienes en el resto de España respetan insuficientemente la identidad catalana, y olvidarnos de quienes en Cataluña nos avergüenzan con su comportamiento mezquino y maniqueo. O podemos elegir construir con las personas decentes de todas partes un mundo más civilizado.
No nos resignamos a vivir en cárceles identitarias, queremos luchar con todos aquellos que han levantado su voz en toda España por una evolución federal: Juan Pablo de Ramón, Ramón Maiz, Antonio Arroyo, José A. Pérez Tapia, el PSOE, Izquierda Unida. Y con todos aquellos que defienden que el Estado federal del futuro debe ser una Europa sin fronteras donde queden atrás los viejos Estados nación: Daniel Cohn-Bendit, Eugenio Scalfari, Alain Minc, Jurgen Habermas. Hace poco el presidente francés François Hollande dijo que sólo con una Europa más integrada y democrática podremos superar los retos del presente. Lo mismo ha dicho el primer ministro italiano Letta.
Delante nuestro están los siempre tentadores nacionalismos, que facilitan el pensamiento, pero suponen un riesgo para la concordia y para la paz, como nos explicaron en sus obras maestras Steffan Zweig y Claudio Magris, y también autores más recientes como Clara Usón. Los nacionalismos seguirán ahí (y servirán para ganar elecciones e imponer programas que la gente nunca votaría en su desnudez reaccionaria). Pero nuestros valores también seguirán ahí para hacerles frente. El combate no terminará en 2014, ni en 2024. Algunos han visto pasar los trenes del comunismo, la revolución o la transición española muy rápido, y tienen prisa por dedicar sus últimas décadas a liderar un nuevo país. Algunos aficionados a las carreras de fondo y antiguos portadores del fuego olímpico de 1992 tenemos un objetivo más ambicioso: pasar a las nuevas generaciones, cuando no nos queden más fuerzas, la antorcha de la lucha por un mundo más civilizado.

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