martes, 6 de agosto de 2013

Sin cohesión no hay progreso

Científicos sociales como Elinor Ostrom, Samuel Bowles y Jareed Diamond han explicado lo importante y a la vez difícil que es la cooperación humana para alcanzar la prosperidad. La cohesión social es el resultado de  la cooperación entre individuos y grupos que pueden tener rasgos o intereses parcialmente distintos. La cohesión se ha demostrado fundamental para la acción colectiva de la izquierda a nivel internacional y local, más allá de diferencias nacionales, religiosas, lingüísticas, éticas o identitarias. La izquierda es eficaz cuando o no se enfrenta a divisiones por dimensiones no materiales, o cuando es capaz de superar estas divisiones mediante un relato compartido.
La historia de las relaciones entre nacionalismo y socialismo o socialdemocracia es en este sentido muy ilustrativa. El socialismo democrático fue una de las víctimas del estallido de los nacionalismos con la primera guerra mundial, pero se recuperó con la paz internacional que siguió a la segunda. Desde un punto de vista “positivo”, economistas como Bandiera o Roemer han mostrado desde perspectivas teóricas y empíricas cómo las élites juegan a agrandar las dimensiones no materiales para dividir a las mayorías partidarias de una mayor igualdad. Desde un punto de vista “normativo”, ¿qué criterio moral o de justicia social basado en ideas progresistas puede justificar preocuparse por “los míos” y no por los otros o los de más allá? La existencia de razones históricas (ya sea el Holocausto para los israelíes o la construcción de un estado centralizado de matriz castellana heredado del franquismo en el caso español, u otras cargas heredadas en otras realidades) justifica unas cosas pero no otras. Encontrar el acento justo no es fácil, pero es un imperativo moral, porque de ello depende nuestra libertad.
Existen hoy dos alternativas en esta parte del hemisferio norte (y existen dilemas parecidos en otras latitudes): construir una Europa unida sin fronteras dedicada a la prosperidad con equidad (donde todas las identidades sean respetadas), más federal que inter-gubernamental, o favorecer el nacionalismo y el populismo. Quienes desde posturas pretendidamente progresistas erosionan la cohesión de las fuerzas partidarias de una mayor igualdad y deciden cabalgar en la ola de los nuevos vendedores de milagros, oscilan entre la ingenuidad y la inmoralidad, pasando por el oportunismo. No me refiero a criticar a los partidos de la izquierda tradicional por su falta de democracia interna y sus casos de corrupción, que eso está muy bien y es imprescindible. Me refiero a, en lugar de hacer eso, dedicarse a ponerse detrás de los movimientos populistas o identitarios cediendo a la presión social o intentando ganar una fácil cuota mediática con la anti-política o con el nacionalismo barato (de un lado o de otro). Los partidos de izquierdas deben evolucionar hacia organizaciones más modernas y democráticas, pero me resisto a que sean sustituidas por movimientos populistas e identitarios cuyo liderazgo intelectual parece ejercido por las secciones de deportes de cadenas de televisión sectarias (en Cataluña, en el Madrid de la TDTParty, en Serbia o en la Padania). En juego está culminar con la unidad política europea el sueño de paz y progreso de nuestros abuelos políticos, o deshacer el camino andado y caer de nuevo en la división y el retroceso económico y social ante las grandes potencias emergentes.
Es decisivo mantener la unidad civil y comunitaria de las sociedades cruzadas por la diversidad identitaria (la mayoría en Europa y quizás en el mundo). Sólo así prevalecerán los objetivos de libertad e igualdad. Europa no avanzará a golpe de referéndums de autodeterminación de cada una de sus partes. Vivimos en un mundo de soberanías compartidas y solapadas donde hay que hacer compatible una creciente transferencia de soberanía en el nivel europeo, con una democracia mejor (que no necesariamente será una democracia más radical) y con el principio de subsidiariedad.
Es necesario en 2014 (centenario del inicio de la primera Guerra Mundial, y por lo tanto del apogeo de los nacionalismos y de la división de Europa) en las elecciones europeas reducir y no ampliar el peso del nacionalismo y el populismo en el Parlamento europeo. Para ello hay que extender el proyecto exitoso de la socialdemocracia más allá del Estado-nación (disolviéndolo en una realidad sin fronteras legislativas y regulatorias  y creando en lo que se refiere a nuestro continente un Estado federal europeo), y adaptarlo a realidades más complejas, con el triple objetivo de: 1) avanzar de forma coordinada hacia el crecimiento económico y la prosperidad; 2) conseguir en un gran esfuerzo europeo cotas más elevadas de igualdad en el ingreso y en el acceso al poder político y social, mediante una fiscalidad elevada, justa y eficiente, y un estado del bienestar modernizado; y 3) contribuir a proteger el medio ambiente y frenar el cambio climático, poniendo un precio a las emisiones contaminantes y promoviendo bajo el liderazgo de un sector público coordinado a nivel europeo y una gran empresa privada comprometida éticamente con objetivos sociales una nueva revolución industrial basada en las energías verdes.
Hacen falta partidos políticos, sindicatos y organizaciones que construyan un relato común con personas provenientes de comunidades e identidades distintas, huyendo como de la peste de partidos políticos u otras organizaciones cortados por identidades lingüísticas, étnicas o culturales a la belga o a la post-yugoslava. Deberíamos tener como objetivo construir partidos políticos europeos que se rijan por reglas del juego europeas, donde la carrera política de un alemán se juegue también en l’Hospitalet, o donde los casos de corrupción del PP o de CiU sean investigados por un finlandés.
No basta con la razón, hay que construir una épica y una emotividad de una Europa sin fronteras, pero primero hay que dejar de reírles las gracias a quienes quieren dividir a las fuerzas de progreso. Y con ello contribuyen a impedir que las fuerzas democráticas se regeneren para hacer realidad los sueños de paz y libertad que han llegado hasta nosotros de la mano de Stefan Zweig, George Orwell, Tony Judt o Claudio Magris entre muchos otros (y no de Beppe Grillo o Pilar Rahola).

3 comentarios:

  1. Molt bo altres cop. Crec que hi ha els elements que calen per al debat i l'anàlisi, i propostes clares. Espero que els destinataris ideals de l'article sàpiguen llegir-lo i valorar-lo.

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  2. Hola,

    Me ha gustado bastante. Escribí hace poco algo parecido que comparto con vosotros:

    http://larepublicaheterodoxa.blogspot.com.es/2013/07/nacionalismo-no-nacionalismo-y.html

    Saludos,

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  3. Molt, molt bo, Quico.
    L'he compartit al meu mur de facebook.
    Gràcies.
    Ricard.

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