domingo, 25 de agosto de 2013

La solución federal con la vista en Europa

La Unión Europea, y la zona euro en particular, se encuentra en una encrucijada. O realiza avances sustanciales hacia la unión política (que incluye la unión fiscal y bancaria) o corre el riesgo de, en el mejor de los casos, seguir estancada durante un buen tiempo, y en el peor de los casos desintegrarse y dejar herido de muerte el proyecto europeo. Y dejar herido de muerte el proyecto europeo significa resucitar los fantasmas que dicho proyecto había contribuido a enterrar.
En este contexto es en el que debería plantearse un debate serio de reformas institucionales, como el que sugieren artículos recientes de Habermas y Vives, entre otros. Si éste fuera el punto de referencia (es decir, la propuesta de avanzar hacia una Europa unida sin fronteras, federal), debates como el que se plantea sobre el encaje de Cataluña en España se verían desde una perspectiva muy distinta. Pero como los sectores soberanistas han tenido el acierto de plantear la “independencia” como punto de referencia del debate, y esta independencia a mucha gente sensata, pero poco dispuesta a movilizarse, le parece un disparate, ha terminado ocurriendo que a mucha de esta gente le parezca aceptable, en comparación, algo tan difícil de casar con el proyecto europeo como el “derecho a decidir”, en forma de una consulta etérea donde sólo se sabe que en algún momento deberíamos votar si queremos o no un “estado propio” supuestamente miembro de la Unión Europea, aunque los dirigentes de la UE ya han dicho que, si Cataluña se independizara, quedaría fuera de la Unión. Más bien al contrario, parece que la independencia de Cataluña sólo ocurrirá si se desintegra la UE. Pero esto los soberanistas no lo dicen, porque la mayoría de ellos alardea al mismo tiempo de europeísmo.
Tras la interpretación equivocada que hizo Artur  Mas de la manifestación del 11S de 2012, convocó con dos años de antelación unas elecciones autonómicas con el cálculo de obtener una mayoría absoluta, y en cambio quedó en manos de ERC, un partido con una clara agenda independentista. Con mucha menos épica, pero con importantes apoyos y argumentos, apareció la “Crida Federalista i d’Esquerres” en Cataluña, que fue seguida por un manifiesto de intelectuales españoles a favor del federalismo, y por una propuesta de orientación federal del PSOE en la declaración de Granada. En la actualidad, la “Crida” se encuentra en proceso de constituirse en plataforma permanente.
Levantar la voz por un federalismo de orientación europea es imprescindible, porque las derechas nacionalistas se alimentan mútuamente bajo el supuesto implícito de que ciertos frenos automáticos acaban evitando males mayores. Pero no hay ninguna garantía de que estos frenos automáticos sean eficaces en un momento de populismos alimentados por una dura crisis económica, y por fuerzas políticas, como CiU, ansiosas de liberarse de la crítica a los recortes presupuestarios y a gravísimos casos de corrupción.
Ante ello, el federalismo no arrastra multitudes ni tiene banderas con que engalanar edificios emblemáticos y balcones, pero se nutre de una fértil tradición de las izquierdas catalanas y españolas y de la referencia de grandes países exitosos en cuanto a su estructura institucional (Estados Unidos, Canadá, Suiza, Alemania, Australia…). En un mundo de soberanías compartidas y solapadas, de creciente globalización, el debate de ideas entre federalismo e independentismo, en el seno de la UE, no tiene color. Quizás por eso el independentismo catalán ha fracasado estrepitosamente en su búsqueda de aliados, y por eso los delegados de la Generalitat en Bruselas y Madrid han presentado su renuncia, porque no quieren morir de vergüenza defendiendo las ideas de Mas (o de ERC) fuera de Cataluña.
En el mundo hay 4000 realidades nacionales sin estado, y en Europa las culturas, nacionalidades, y lenguas se solapan a través de las fronteras. El futuro económico de una Cataluña sin España y una España sin Cataluña se presenta cuanto menos muy incierto, y supondría un riesgo económico y geoestratégico que Europa y sus aliados no se van a permitir. Los soberanistas plantean el debate económico como si la capacidad económica se fuera a mantener y los catalanes pudieran disponer de una parte más grande del pastel, pero la primera consecuencia de la independencia sería la pérdida de aliados comerciales, la fuga de empresas, la probable salida de Europa, y por tanto la incapacidad de mantener la actual de generación de recursos.
Las incógnitas de la independencia son conocidas y nadie las aclara: forma de estado, defensa, seguridad social, validez del pasaporte para entrar en otros países, futura integración en la UE (¿qué estados miembro reconocerían a Cataluña y aceptarían su integración en la UE?). No se aclaran porque no se pueden aclarar, y porque nadie tiene un proyecto serio de independencia, porque no puede existir, al menos en la UE y la zona euro.
Ello no impide una campaña de exaltación nacionalista en Cataluña, financiada por los poderes públicos y sus medios de comunicación afines.  Los federalistas queremos que las cuestiones se decidan con procedimientos y maneras estrictamente democráticos. Pero una consulta etérea donde haya que votar sí o no a algo parecido a la “independencia” no es la única forma de decidir. También lo es un proceso deliberativo que acaba proponiendo a la ciudadanía una propuesta que pueda unir a una gran parte de la población (que tiene distintas sensibilidades respecto a la relación con España, con una gran mayoría que en distintos grados comparte catalanidad y españolidad), como por ejemplo una nueva constitución federal (que aclare competencias, cree una cámara territorial y reconozca el multilingüismo), de vocación regeneracionista y claramente orientada a la unión política europea.
Mientras tanto el clima social en Cataluña se ha enrarecido: existe una fuerte presión social a favor del soberanismo, aunque no haya un proyecto claro de cómo llevarlo a cabo en el contexto europeo; una creciente intolerancia, con insultos y amenazas en las redes sociales o en las sedes de partidos no independentistas; y falta de neutralidad/pluralidad de los medios de comunicación. Pero como los “moais” de la Isla de Pascua (esas grandes estatuas que eran el resultado de la competencia entre clanes) la campaña soberanista mira hacia adentro pero no hacia afuera. España es plural y Cataluña también es plural, y en este sentido la campaña soberanista se ha revelado muy eficaz para dividir a la izquierda catalana (entre partidos y dentro de sus partidos) entre partidarios y contrarios al soberanismo. Difícilmente conseguirán la independencia de Cataluña, pero ya están consiguiendo la división de la izquierda, porque probablemente de eso se trataba, por lo menos para muchos dirigentes de CiU.
Pero si los federalistas consiguen conectar su mensaje con el de una Europa sin fronteras, más federal que intergubernamental, eso puede hacerles más convincentes e ir menos a la defensiva. Los dos sentidos de federal (descentralización e integración) se unen en la idea de una España federal (más y mejor descentralizada, más plural en su identidad) en una Europa más integrada sin fronteras, y más democrática. Los poderes públicos deben tender a tener el tamaño de los mercados, para regularlos y equilibrarlos. Rodrik dice que eso puede implicar reducir el tamaño de los mercados. Pero en Europa es demasiado tarde para eso, y además sería indeseable hacer marcha atrás, porque eso sería un riesgo enorme para la paz, la prosperidad y el modelo social europeo. Sólo hay un camino: hacia adelante, hacia el federalismo.

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