martes, 19 de junio de 2012

¿Adónde vas, G20? (por Anna Argemí)

La verdad es que la economía está fagocitando la política. En Europa hemos visto saltar gobiernos y formarse otros “al dictado del mercado”. La verdad es que el G20 no es el espacio político multilateral que debería ser, pero ya va siendo hora de que empiece a serlo, porque sencillamente no tenemos otro. Y los retos globales que enfrentamos no admiten un “vuelva usted mañana”. Quizá suene a película americana apocalíptica, pero la verdad es que “mañana es demasiado tarde”. Demasiado tarde para las hambrunas, los conflictos, las injusticias de todo orden.
La verdad es que España no es Uganda en muchos sentidos. Cierto: Uganda está creciendo a un ritmo del 5% del PIB, y nosotros llevamos dos trimestres en decrecimiento, lo que técnicamente se llama recesión. Por cierto, se llama así, recesión, tanto en España como en Uganda. La verdad es que hay mucho eurocentrismo, y ya no hay Norte y Sur, sino que hay muchos Sures en el Norte, y muchos Nortes en el Sur. La distancia entre ricos y pobres crece a un ritmo exponencial. Oxfam en Gran Bretaña despertaba a los británicos el otro día con una noticia de pesadilla: la brecha entre ricos y pobres en el país está llegando a los niveles de la era victoriana. La verdad es que pensábamos que íbamos hacia adelante, pero si alguien no pone remedio, caminamos para atrás.
La verdad es que “el crecimiento económico” se ha convertido en el objetivo, loable, todo hay que decir, de propios y extraños. Pero el crecimiento, sin justa redistribución, genera riqueza para pocos y es un mal futuro para muchos.
La verdad es que la Eurozona, y el G20, quieren a toda costa sacarnos de la crisis económica, y con Grecia, si es aún posible, cuando escribo estas líneas. Fantástico. Sacarnos de la crisis para llevarnos ¿adónde? Porque los escenarios que van vislumbrándose no son nada halagüeños. La verdad es que los gobiernos, entre ellos el español, se han apresurado a recortar sus presupuestos, a expensas de la educación y la sanidad, a expensas de la cooperación y la proyección internacional, para que el déficit no se desbocara, pero esos mismos gobiernos no han mostrado  la misma celeridad para poner freno a la sangría de capitales que huyen de la frágil zona euro hacia paraísos fiscales nada exóticos, bien instalados en el corazón de Europa. La verdad es que los gobiernos han recuperado su afán recaudatorio pero no su necesario afán de justicia. Y por lo tanto mientras sube la presión fiscal sobre el contribuyente medio las grandes fortunas siguen contando con subterfugios legales – e inmorales- para evadir o eludir el fisco. Así que en este caso no sólo acaban pagando justos por pecadores, sino que pagan incluso pobres por ricos.
La verdad es que nos han dicho hasta la saciedad que no había dinero. Y ahora resulta que la comunidad internacional ha encontrado 100.000 millones de euros para apuntalar el sistema financiero español. La ONU en cambio se las ve y se las desea para recaudar sólo 720  millones de dólares, que es lo que necesita para hacer frente este año a la amenaza de hambruna en la región africana del Sahel, donde 18 millones de personas, si alguien no pone el dinero sobre la mesa, van a acabar debatiéndose entre la vida y la muerte.
La verdad es que nos han insistido machaconamente en que hay que “calmar a los mercados”, y vivir casi en perpetua histeria por culpa de las calificaciones, la prima de riesgo y los índices bursátiles. Y es verdad, hay que calmar a los mercados. ¿Habrá alguien dispuesto a calmar también a los ciudadanos? Y no me refiero a los “oficialmente” indignados, sino también a los demás, a los que no ocupan plazas ni lanzan proclamas sino que bien arrebujados en su sofá están muy pero que muy indignados. ¿Habrá alguien para ponerse histérico, y con razón, por la subida constante e inexorable de la temperatura global del planeta, que nos lleva a catástrofes mediambientales y humanitarias en un horizonte no muy lejano?
La verdad, insisto, es que nos han dicho una y otra vez que no había dinero. Pero cuando se les presentan alternativas viables y realistas para conseguir más ingresos extraordinarios sin castigar al ciudadano de a pie, alternativas como la Tasa Robin o los impuestos al transporte marítimo y aéreo internacional, asoman intereses sectoriales que parecen pesar más que el interés general. ¿No era ese el loable objetivo de la política: velar por el interés general? Pero es verdad, también, lo hemos dicho al principio: la era de la política parece estar llegando a su ocaso, a no ser que los políticos de repente den un golpe de timón y se conviertan en estadistas. A no ser que el G20 ocupe por fin el lugar que le corresponda y deje de obsequiarnos con fotos de familia para pasar por fin a la acción. Facta, non verba, que decían los romanos. Yo ya no quiero ver la foto de rigor. No me hace ninguna gracia. Me entran ganas de preguntarles: ¿Y ustedes de qué se ríen, si puede saberse?
 

No hay comentarios:

Publicar un comentario